Mientras el avión aterrizaba, sobrevolando las calles nocturnas de Yogyakarta, mis ojos recorrieron las bulliciosas carreteras, y desde ese momento supe que me esperaba un viaje interesante. Theo, el mago de la bicicleta, y yo hemos dejado atrás los confines del Templo y estamos recorriendo su ciudad natal en busca de alguien con la ancestral habilidad de fabricar cuadros.Nos avisaron de que había un experto en bicicletas que trabajaba en un taller junto al río, al oeste del puente. No sé bien por qué nos dieron una brújula en lugar de indicaciones, pero bueno, nos dejamos llevar. Llegamos al puente, giramos a la izquierda y la búsqueda comenzó. El tiempo pasó deambulando lentamente por los canales, intentando encontrar un taller entre los mercados de pescado y los juegos de cartas.
(¡más después del salto!)Tras unas cuantas miradas confusas y un par de indicaciones manuales, llegamos a nuestro destino... y no era lo que esperábamos. Al llegar a un pequeño Bengkel sin nombre, de tres paredes, encaramado a la orilla del río, el familiar sonido de una amoladora angular nos indicó que estábamos en el lugar correcto.El propietario y fabricante, Menyenx, vino a recibirnos y nos explicó todo. Él y Theo conversaron durante una hora aproximadamente y me dejaron explorar los rincones del lugar. Nos fuimos entusiasmados con lo que encontramos y ¡volveremos mañana con un cuaderno lleno de ideas!
